Travesía de Lunes y Viernes
El tren se detuvo por completo, en el preciso momento en el que las puertas se abrieron. Algunas personas delante mío bajan primero, apuradas, pero yo decido esperar unos breves segundos para pisar al fin la estación de Caballito. Los autos inmóviles ante la barrera baja, no representan nunca un obstáculo meticuloso, por lo que cruzo Rojas sin ningún inconveniente, sin ningún apuro. Como es habitual, mi camino se interpone con el de la gente extraña, las mujeres extravagantes, y casi certeramente con el de algún viejo loco hablando solo. Empiezo a contar las cuadras, delimitando mi recorrido, para así saber cuan lejos está mi destino. La sexta cuadra es Acoyte, y en la octava doblo a la izquierda por Eleodoro Lobos. Llego en la décima, a la ansiada Avellaneda, donde los autos aceleran, presurosos por cruzar los semáforos en el amarillo intermitente, antes del cambio de luces. LLegando a la 11 veo de lejos al malabarista de los lunes, con su traje prolijamente desperfecto y su cara siempre mal pintada. Ahí tomo consciencia de que Río de Janeiro es la 14, tras contar las cuadras y que desde Caballito a mi destino 16 cuadras caminaba inconsciente. Paso por el falso garage y sonrío. Empiezo a preguntarme por qué un antiguo garage es ahora un supermercado, mientras caminando sigo. Pasando la 15 está el verdadero supermercado el garage, como yo lo llamo, a dos cuadras del asilo de ancianos, donde en ocasiones se puede ver por la ventana la clase de música. Camino, simplemente camino, cuando llegando a mi destino veo a mi compañero en la puerta, como siempre, bien vestido. Toco timbre, espero a que la puerta se abra y llego, alegre y exhausto por el largo recorrido.